¿Un baño de “damas” ucabistas?
Eran las 8 de la mañana. El sistema urinario de Claudia lanzaba la alerta. Su vejiga estaba a punto de explotar. Tenía que correr. No había opción. Llegó al baño como Speedy González, abrió la puerta del cubículo, lanzó la cartera al piso, desabotonó su pantalón y por fin liberó sus males. Feliz con su victoria, obvió un pequeño detalle: unas cuantas gotas inoportunas cayeron en el borde negro del inodoro. Como quien no se percató del hecho, tomó su bolso y siguió su curso.
Luego llegó el turno de Verónica. Hizo equilibrio para no contaminarse con el líquido previamente derramado por una desconocida. Terminó su tarea y lanzó el papel higiénico a la papelera. Algunas personas no tienen el don de la puntería. Ella no es la excepción.
Minutos más tarde, Claudia, Teresa, María Antonieta, Camila, Esther y Susana se dieron cita en el mismo lugar. La montaña de basura crecía a paso apresurado hasta desbordarse de la papelera.
Ya a las 3 de la tarde, el baño de módulo 3, piso 1 estaba en sus peores condiciones. Un charco se apoderaba de cada espacio del lugar, no quedaban rastros de papel higiénico en los dispensadores, el primer cubículo era impenetrable para cualquier nariz humana y un pequeño mensaje de amor relucía al lado del espejo.
El último contacto de María con este baño de damas había sido a las 6 de la mañana de ese día. Recuerda el olor a flores silvestres que emanaba su producto de limpieza favorito, la pulcritud de las tazas de baño y el brillante piso recién barrido. Nunca imaginó lo que encontraría ocho horas más tarde porque, al fin y al cabo, las mujeres deben ser aseadas por naturaleza.
Con la paciencia que el caso amerita, María tomó sus implementos de limpieza y dio inicio a su batalla contra el mal olor, la basura y la actitud de las féminas ucabistas. “Mañana probablemente será igual. Mucha educación, mucho dinero, pero nada de modales”, repite incansablemente la empleada de limpieza.
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